¿Quienes somos? ¿De dónde venimos?

 


Esta es una pregunta que en algún momento de la existencia nos hemos planteado y es el inicio de toda filosofía, toda religión y toda ciencia. Es también el despertar de la experiencia humana ya que el legendario "Pienso luego existo" se convierte en el inicio de una búsqueda incansable e interminable por descifrar el sentido de ese regalo maravilloso que se nos ha dado y que aún no comprendemos: La vida.
Sin embargo, quiero analizar antes de emitir una respuesta cómo no, arbitraria, la esencia misma de la pregunta, ya que al intentar definir cualquier cosa, hacen falta por lo menos dos sujetos: El que sé pregunta y aquello por lo que se pregunta. Entonces, si nos preguntamos a nosotros mismos ¿quien soy? podemos preguntarnos con razón también: ¿Quien es ése que se pregunta quien es?
Podemos responder lo primero con aparente facilidad ya que describir lo que se observa es un ejercicio que aprendimos en la infancia: Soy una mujer o un hombre de 20, 30 o 70 años, abogado, pintor, músico o sin techo. Pero definir a ese ser interior que se pregunta su origen, su esencia, su propósito suele ser mucho mas complicado y a menudo totalmente imposible.
Expresar con palabras un cúmulo de sentimientos, emociones, miedos y delirios tampoco es tarea fácil y siempre se quedará corto con respecto a lo que el corazón puede expresar.
Es por eso que propongo que acudamos a la poesía para emprender esta difícil tarea. No a la métrica y el ritmo de su construcción sino a la utilización de las palabras, no como etiquetas muertas sino como colores de una paleta de óleos con las cuales pintemos ideas más allá de los significados y con ellas podamos acercarnos un poco más a ese universo que existe dentro de cada uno.
Soy un Ser espiritual, conciencia del universo, parte del todo, regalándole a la Divinidad infinita una pequeña pero maravillosa experiencia en la ilusión del tiempo y el espacio.
De dónde vengo?
La segunda pregunta del círculo de palabra que compartí con hermanos de toda la Amerindia fue sobre el origen, el punto inicial de nuestra historia. Qué nos conecta con el origen del universo? O entonces vale la pena preguntar si es que hay un origen?
Nuevamente podemos enfrentar esta pregunta desde muchas perspectivas y no hay forma de determinar si se acierta o no con la respuesta. Aún los científicos siguen debatiendo nuestro origen como especie. Somos un azar genético de la naturales? Fuimos traídos en cometas o rocas procedentes del espacio o creados por una inteligencia superior?
Los abuelos enseñan que no hace falta ni siquiera plantearnos la pregunta ya que al igual que los árboles no necesitan conocer el origen del agua, el aire y la tierra de los que se alimentan para estar conectados con toda la tierra a través de sus raíces, nosotros tampoco necesitamos conocer todo lo que nos precedió para estar conectados con el origen mismo del Universo a través de nuestros Padres.
Y no hace falta conocer nuestro origen porque todo lo que nos precedió hace parte de nuestra esencia. Nuestros ancestros viven en nosotros aquí y ahora. Esto no es algo ilusorio sino que la propia ciencia lo demuestra a través del estudio de la genética. Incluso ha concluido que todos los seres humanos que habitamos este tercer globo del sistema solar tenemos un ancestro común procedente de algún lugar del África. Surgen en nuestra experiencia de vida las voces de nuestros ancestros, sus habilidades, dones, temores y dolores.
A través de nuestros padres nos conectamos con el origen del tiempo y a través de nuestros hijos con el final de este universo pero sólo en la consciencia total y desinteresada de pasado y futuro en el aquí y el ahora nos conectamos con la eternidad. En ese milisegundo de consciencia total y despierta sin recuerdos, sin preocupación por el futuro, sin apegos ni rechazo, ahí vislumbramos la eternidad en la cual todo existe al mismo tiempo, un tiempo en el que no hay tiempo.
Les comparto mi manera de hacerle una pequeña trampa al tiempo: Cada vez que experimento un momento de felicidad cierro mis ojos y me imagino estar en un momento de dolor, anhelando regresar a ese momento de tanta alegría. Entonces los abro y me doy cuenta que he viajado en el tiempo, que estoy allí. Entonces agradezco al Infinito por ese regalo tan maravilloso y me envío a mi mismo todo el amor del que soy capaz, toda la luz que puedo enviar para consolarme en ese momento de dificultad.
Y sé que no es fantasía, porque cada vez que he atravesado el dolor. Ahí están ese amor y esa luz desvaneciendo la oscuridad.
Kubuta Okasa,
Manuel Ricardo

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