Martín me llevó a la casa de Mara en el occidente de Bogotá una tarde de octubre de 2009. –“ Cuando la vea la va a reconocer, Mara es famosa”, me dijo poco antes de tocar su puerta en el cuarto piso de un discreto edificio que quedaba detrás de un famoso centro comercial. Yo estaba tranquilo, aunque no podía evitar la idea de que me encontraba a punto de emprender un nuevo recorrido a las dudosas artes del esoterismo colombiano.
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